Redacción. Madrid
Un estudio llevado a cabo conjuntamente por investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Santiago de Compostela (USC), demostró que moléculas inhibidoras de la fosfodiesterasa 7 (PDE7) de la familia de las quinazolinas poseen efectos beneficiosos en modelos animales de daño medular y de enfermedad de Parkinson. Con estos resultados, los investigadores han optimizado la ruta sintética de estas moléculas generando nuevas quinazolinas inhibidoras de PDE7.
Respuesta inflamatoria en el cerebro infartado con
neutrófilos infiltrando el área dañada. Fuente: UCM.
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Dada la trascendencia del ictus, la importancia de la inflamación en su fisiopatología y la urgente demanda de nuevos tratamientos, se decidió ensayar los posibles efectos neuroprotectores de estos derivados en los modelos experimentales de esta patología que desarrolla la Unidad de Investigación Neurovascular de la UCM. Los resultados del trabajo ‘Neuroprotective efficacy of quinazoline type phosphodiesterase 7 inhibitors in cellular cultures and experimental stroke model’, publicado en European Journal of Medical Chemistry, demuestran que estas moléculas poseen un potente efecto neuroprotector que se traduce en una notable disminución del volumen de infarto cerebral en estos modelos, así como en una mejora significativa de secuelas neurológicas motoras como la hemiparesia, entre otras.
El ictus o infarto cerebral es la primera causa de muerte en la mujer en España y la primera-segunda en el hombre, según las diversas Comunidades Autónomas. Según los últimos datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), en nuestro país se producen entre 150 y 200 nuevos ictus por 100.000 habitantes por año, lo que supone alrededor de 100.000 nuevos casos al año. El gasto de hospitalización de un paciente de ictus en fase aguda supera los 6.000 euros a los que hay que añadir los costes indirectos. El ictus genera una gran incapacidad, tanto por el grado de dependencia de los supervivientes como por afectar a muchas personas en edad laboral. Menos de la mitad de los pacientes que sufren ictus son capaces de retomar una vida normal (la prevalencia de recuperación incompleta es de 460 por cada 1.000 supervivientes). Estos enfermos demandan cuidados que han de ser suplidos por su familia, lo que repercute en la calidad de vida del paciente y sus cuidadores, o por instituciones públicas y privadas, lo que conlleva una importante inversión económica.
El ictus tiene dos causas principales: la obstrucción de un vaso sanguíneo (ictus isquémico, que representa 80 por ciento de los casos) y la hemorragia (ictus hemorrágico, por rotura de vasos, 20 por ciento restante). Los síntomas del ictus (pérdida de fuerza, dificultad para hablar o entender, pérdida parcial de la visión, vértigo, etc.) aparecen de forma brusca. Sin embargo, ha de transcurrir un tiempo hasta que se produce la lesión cerebral por muerte neuronal. Este tiempo es la "ventana terapéutica", en la que los neurólogos deben evitar la muerte neuronal en la parte del cerebro dañada. A pesar de la alta incidencia del ictus, su tratamiento se reduce a la recanalización de los vasos obstruidos con fibrinolíticos como el activador del plasminógeno tisular, un tratamiento que en la realidad sólo es aplicable a un limitado número de pacientes (cinco por ciento de media).
Las fosfodiesterasas (PDEs) son enzimas que degradan los nucleótidos cíclicos cAMP y cGMP, importantes segundos mensajeros en multitud de rutas celulares. En concreto, la PDE7 es una enzima específica de cAMP que se expresa en varias estructuras cerebrales así como en otras localizaciones como los linfocitos T. Se ha postulado que la PDE7 es una nueva diana terapéutica para el tratamiento de patologías que cursan con inflamación crónica incluidos cuadros neurológicos como la esclerosis múltiple.
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